Este es un post contra la burocracia cotidiana de los vuelteros y en favor de la gente directa que, sin alejarse demasiado de sus personajes, manda sus cosas al frente.
La mayoría de la gente vive montada a escaleras de caracol. La mayoría de la gente anda buscando el último escalón, el que termina en el cielorraso. La mayoría de la gente solo piensa el modo más fácil de alcanzar
esa estrella. Los descansos, donde alguna vez se jugó seguir o parar, se pierden en la respiración sin compás de quien los pasó de largo, sin siquiera mirar.
Las conchas de los caracoles de las escaleras son todas espiraladas. Las vueltas ya se venían dando, uno le entró así y... ya siguió. Adelante, siempre hacia adelante. Es que las curvas
se volvieron rectas y
se mandó quinta porque el camino
estaba llanito. Así, se hace
fácil cinturear cualquier tipo de accidente geográfico.
No me imagino vivir en un mundo de escaleras lisas, será cuestión de aguzar el ojo? Estas escaleras (mis escaleras), al principio, chocan. Pasado el shock, se revaloriza el lugar del descanso, se amplía su entorno y, cuando hay que echarse atrás, se aprende a usar el retrovisor.
Algún que otro amigo me habló del elitismo de las escaleras lisas, sostiene que no cualquiera las banca. Yo aspiro a su democratización, socialización y puesta en marcha como plan social al alcance de las masas. Mi médico me asegura que disminuyen el estrés y bajan la probabilidad de problemas cardíacos. Es que cuando vamos de frente, además de angustia y ansiedades, nos ahorramos malos entendidos.
Propongo, desde este espacio, desnaturalizar las curvas allanadas y superar los aparentes no-obstáculos de la falta de rugosidad. En cualquier caso, es obligatorio llevar prendidos los faros de posición.