26 de agosto de 2014

Convivencia vial (¿o connivencia?)


Hoy me hice un amigo nuevo en la calle. Un don señor frenó para gritarme “mirá el semáforo y aprendé a cruzar, porteña pelotuda”, en respuesta a mi enérgica primera aproximación: “el peatón tiene prioridad, boludo”. Mi intervención, que cargaba alguna que otra ira acumulada contra tantos automovilistas a quienes hasta ahora me había ahorrado de insultar, se produjo luego de que este don señor girara muy apurado hacia la derecha, sin disminuir la velocidad, mientras un grupo de peatones aprovechábamos nuestro turno de paso por la senda marcada en el pavimento. Se ve que el don señor, cuyo copiloto era una mujer con un lactante en brazos que tomaba su mamadera sin siquiera medio cinto de seguridad, se sintió bien interpelado por mi grito y, a pesar del apuro que tenía, se permitió la delicadeza de frenar para insultarme con gentilicio y adjetivo poco pertinentes. Casi que le invito unos mates.

17 de agosto de 2014

Los límites de la normalidad



Ayer me invitaron a acompañar la puesta en escena de Manifiesto por amor a los hombres, una producción teatral que me me encantó. La obra atraviesa diferentes edades y situaciones en la vida de un varón homosexual del noroeste argentino. Entre tristezas y alegrías, ausencias e insultos, plumas y bailes, me terminó pareciendo una exaltación de la búsqueda del camino hacia la libertad como una forma válida para alcanzar la plenitud personal. La función se realizó en el marco de la Fiesta del Teatro por los Derechos Humanos, que se propuso llegar con creaciones artísticas transformadoras principalmente a adolescentes, aunque, en esta sala, los adolescentes estuvieron ausentes. Resulta que ninguna de las instituciones educativas convocadas aceptó la invitación. En cambio, y no por casualidad, la obra contó con una buena cantidad de espectadores jóvenes e interesad@s que aplaudieron con ganas y entusiasmo cada acto.

Las de más arriba son Celeste y Socorro, dos de las protagonistas de Hostal Morrison, una serie que conocí en Paka Paka hace unas semanas y que también me encanta. Sucede que Celeste, Socorro, y demás personajes del hostal, son monstruos. Celeste quiere ser normal y que su hostal se llene de gente normal, pero su monstruosidad le brota espontánea e incontrolablemente, mientras sus compañer@s viven con naturalidad en su sutil encierro y, cada vez que ella intenta acercar a los humanos velando su lado-monstruo, incomprensión, angustia, frustración y, por supuesto, distanciamiento y tristeza son los condimentos que aparecen en escena. Además, está Boris, el antihéroe, que se regocija buscando la estrategia para exponer a sus vecinos a las garras de la condena social, aparentemente un poco celoso de la alegría ajena. Generalmente, el conflicto se resuelve cuando algún hecho muestra a Celeste y sus amig@s que renunciar a lo que naturalmente se es para ser aceptad@, resulta un camino inequívoco rumbo a la infelicidad.

Comentaron quienes fueron a invitar a las escuelas y colegios a ver Manifiesto... que, entre las respuestas, les dijeron que l@s chic@s no estaban preparad@s porque no habían trabajado el tema, que probablemente necesitaran algún sustento teórico que lo acompañara y lo pudiera explicar. ¿Será verdad que l@s docentes piensan que l@s adolescentes necesitan una teoría para que les hable de lo que sus cuerpos gritan? Meter "el cuco en el desván", como dice una canción del Hostal..., más que resguardar, señala, acusa y lastima. La invisibilidad también deja su huella.

A estas alturas de las leyes y las prácticas, creo con firmeza que evitar hablar de la diversidad sexual, omitirla desde el rol de educador, es un acto y a la vez una apología de la discriminación. La creadora de Hostal Morrison da cátedra, quizás sin habérselo propuesto, acerca de cómo adaptar para todos los públicos contenidos socialmente complicados. Varios deberían sentarse y aprender. Más fácil, incluso, escuchar lo que l@s adolescentes tienen para decir al respecto, promover la libre circulación de la palabra.

La frase de cierre se repite y repica, aunque a veces parece que cae en vacío. La homosexualidad no es una enfermedad, la homofobia sí y se cura.









29 de junio de 2014

Palabras de un amor amazónico


Me acuerdo de vos, cuando te conocí. Salías de algún aula, el pasillo 100 o 200, todavía tenías el pelo largo, relativamente ordenado y las cejas depiladas. Yo estaba con ellos y todos se dieron vuelta cuando te vieron pasar y vos, fresca y despreocupada, saludaste. “¿Quién es?” “La hermana lesbiana de Diego”. No me olvido las palabras que me impactaron por la fuerza de la etiqueta pero que, en tiempos de incertidumbre y curiosidad, eran piedra libre para abrir mi juego. Después nos conocimos. Habrá sido casualidad, porque no me acuerdo de haber pergeñado encuentro. Lo que sé es que al poco de habernos visto vos ya tenías en tus manos mis apuntes para el próximo parcial de Historia Social y que recuperarlos fue la excusa para la primera cerveza, allá en el Círculo. Parece tan lejano y difuso… hará unos 6 años.

Los chicos querían que me gustes y que vos gustes de mí. Las lesbianas de su mundo y del mío apenas existían, no sabíamos verlas. Yo me esforcé por sentir cosquillas en el estómago cada vez que te cruzaba pero, en verdad, esperaba el encuentro con vos porque ese era el espacio de hablar. Sí, era egoísta porque era el espacio para hablar de mí, un poco de vos también, pero vos ya traías varias cosas habladas por otros lados y yo tenía la imperiosa necesidad de hablar de mí: sin eufemismos, hasta las 8 de la mañana, sentadas en la vereda, en Bigotes, en Café París, donde fuera. Con vos hice lugar a eso que hoy me parece tan fundamental: usar esas palabras para nombrarme, aprenderlas, darlas vuelta las veces que sea necesario, volverlas propias y acompañar a otrxs a que las hagan suyas. El manto de invisibilidad cayó y el mundo se abrió nuevo, hermoso, y lleno de lesbianas por descubrir. El muro de la héteronorma que se agrietaba.

Después fue Cruzadas, el arcoíris que unió juego con militancia. Y llegó Mili con sus diseños y fuimos tres en nuestro amor tan anti-binario. La seriedad buscada, pretendida, pocas veces encontrada, en la que fuimos aprendiendo a destruir estereotipos mientras nos animábamos a pintar las paredes y copábamos espacio público, marcábamos nuestra cancha aunque más no fuera con letra inentendible y en noches desiertas y ajenas a las cámaras de seguridad, que aún no habían llegado. Le pusimos cara a una mesa panel, discurso a ciclos de cine, la firma a nuestros escritos, hasta nos vimos promotoras del INADI en campañas por la conquista de derechos en los que no terminábamos de encontrarnos, que poco habíamos discutido, pero ahí íbamos... el frenesí, la emoción, la persistencia y las ganas que nos impulsaban.

El amor de tres que siguió sin respetar amistades, familias o parejas. Un amor que cela y que cuida, que nos une. Un amor hermano que elegimos. Un amor que se hace de proyectos, que iba a tener su casa con huerta orgánica en Córdoba; que sostuvo fiestas y festivales increíbles y mostró sus colores en plena luz del día cuando eso no se estilaba; un amor que hoy se hace fanzine y dilata su fin y no entiende de distancias. Un amor que sabemos y sentimos para siempre. En definitiva, cruza del amor romántico del más bobo con el guerrero, fisurado y cabezón que no baja brazos.


A estas alturas, 6 años después, así estamos. Les amo. 
 
 
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