29 de diciembre de 2010

Balanceándo(me)

 Abro los ojos, aunque las lagañas no ayudan. Despejo mi vista y observo el cieloraso verde sobre mi cabeza, al mismo tiempo respiro profundo y me voy despertando. En un estado de semiconciencia mezclo los recuerdos de la noche, las aventuras de los sueños y las preocupaciones del día. Una vez una amiga me dijo que no tenía que preocuparme hasta después del desayuno, pocas veces lo he puesto en práctica.
Bajo, el baño. La rutina se repite, sospecho incluso que lavo mis dientes uno por uno en el mismo orden cada vez, la toalla vuelve a su lugar. Mi café con leche, mis galletas, mi mermelada. Edulcorante, siempre que se pueda. Lo más probable es que para ese momento ya no haya más que recuerdos vagos del sueño y yo intente reconstruirlo, sin mayor esfuezo.

El panorama externo varía: la calle, la casa, el colectivo... según el día, las ganas y las obligaciones. Hacia dentro las cavilaciones se repiten día tras día, año tras año. Hasta que un día, digamos hoy, me levanto cansada de ser yo la que tiene que pensarse, la que tiene que pensarlo. Y quiero ser otra persona, quiero sentir distinto, mirarme al espejo y poder percibirme un poco como me perciben algunxs allá, afuera de mí. Me canso del miedo y la desilusión.

Me agoto en la paciencia que ya no tengo, y siento hastío. Un poco es el fin de año, ya sé, pero hay un gustito conocido en todo esto, un saborcito viejo y amargo. Quizás sea algo cíclico, aquello que aparece (hago aparecer) para recordarme que yo sigo siendo yo y no me puedo despegar de mí.
Esperando a que las situaciones cambien, mejoren, la vida se pasa y una se queda mirando. La acción pura tampoco me vale, pierdo el sentido, la dirección.

Encontrar el equilibrio sano, reírme más de mí, más con lxs demás. Relajarme (me cuesta tanto). Evitar estar a la defensiva desde que me levanto hasta que me acuesto. Escuchar más, hablar como me gusta. Pedir menos. Aprender, reaprender, desaprender, entender. Tener tiempo para.... volver a sacar fotos, volver a escribir, hacer ejercicio, ver a la gente que quiero, sentir el paso del tiempo momento a momento (sin intensidad, ni atolondramientos). Andar más camino.

Me miro al espejo y últimamente me pasa que a veces no me reconozco, no me identifico. Me asusto y me voy casi siempre. De a poco quiero quedarme, encontrarme en mi reflejo.

Mi deseo es un clásico todos los años, todos los brindis, todas las vaquitas de San Antonio, todas las pestañas y hasta cada vez que tiro el huesito del pollo: La Felicidad, así, con mayúsculas y con todas sus implicaciones. Siempre se cumple en dosis y se renueva para mí, lo hago extensivo para todxs.

Salud por las rutinas, por los cambios, por los buenos deseos, por las alegrías, por las esperanzas, por los abrazos y los besos, por el cariño, por la ternura. Ojalá que inunden a 2011, que lo hagan grande.

15 de octubre de 2010

Hechos comprobados



-...inevitablemente te vas a enamorar de mí. Nos vemos luego.
- Es un desafío? Mirá que puedo no oponer resistencia.
- Es un hecho

Y así, caer. Con narices de payaso, copos de nieve, flores y corazones que van a explotar de tanto latir. Llenar un termo y compartirlo. Cuidarte y que me cuides. Buscar tu mano en el aire y, a veces, encontrarla. Aprender a saberte. Permitirme enojarme. Agotar tu paciencia. Reír.

Recordar la sorpresa, la duda inicial. Y el asombro, no perderlo nunca. Comprobar que no estamos hechas a prueba de lluvia. Un beso o dos, cada vez menos furtivos.

Dejarme llevar por esa luz tan tuya. Convencerte de que mis ojos solamente están ahí para mirarte. Abrazarte fuerte. Quererte tanto.

Y así, rodar.

28 de septiembre de 2010

El tiempo que llevo volviendo

Quiero una imagen que sintetice los últimos 365 días de mi vida. Quiero una imagen que empiece el 28 de septiembre de 2009 y termine ayer. Quiero que sea una imagen estática que revele todo el movimiento del último año, el tiempo que llevo volviendo.

Volver, como si se saliera de una limpieza de cutis, airear los pulmones y aprender a respirar de nuevo el aire que respiraste antes, siempre. Encontrar todo igual y percibirlo tan distinto. Renovar la agenda, cambiar la rutina, hacerse una en los demás y en una, con los proyectos nuevos. El optimismo de pensar que antes no se podía porque el ángulo visual no daba, pero ahora por qué iba a fallar? Saberte diferente, aunque te vean igual.

Y los recuerdos del tiempo en que decidiste irte, cansada un poco de los días en meseta, con ganas de picos y valles. Y la vuelta, con el aprendizaje de que cualquier geografía espiritual corre el riesgo de dinamitarse a cada momento, y el paraíso se vuelve páramo. El optimismo fue la nota que sonó en tu cabeza cuando llegaste y aquí estás, un año después.

Me balanceo en la cuerda floja cada tanto, no sea cuestión de perder la costumbre, aunque nunca terminaron de simpatizarme las hamacas. Avanzo, hay una línea recta que hace de guía en el centro, la serpenteo y me desvío cada vez que veo a lo lejos la señal de Alto! Sonrío y sé que voy a demorarme más de la cuenta, he descubierto el poder de la lágrima y sus propiedades curativas. Andar lento no es detenerse, aunque a veces apenas note la diferencia.

Quiero esa imagen que no encuentro en mi archivo y apenas concibo en mi mente. Mientras tanto, un respiro.

21 de septiembre de 2010

La huella

Lo lindo de los afectos es que nos dejan sus huellas marcadas en el cuerpo, hasta la matriz.

Vos te preguntás para qué estás acá. Y yo te digo que los chicos te esperan, aunque ya lo sepas, que los chicos te sonríen, aunque a veces solamente lloren y se peguen, que los chicos te dan la mano para cruzar la calle, porque en vos confían.

Vos a veces creés que no, pero yo sé que en el fondo sabés que sí, que no te podés olvidar así de fácil. Porque a mí me dijiste que tenías el sacapuntas más afilado y podías dibujar las mejores sonrisas, aunque los días... las semanas... a veces se pongan muy nublados.

Y cuando vengan las piedras, yo quiero hacerte acordar de los colores con los que sabés teñir el pavimiento, de las flores cálidas que pegás en esa mole de cemento gris, tan fría... tan helada que estaría si no fuera por la música y las carcajadas de tus pequeños... Te voy a hacer acordar del día que pasaste bajo el arco del triunfo, que iba desinflándose de a poco, pero a vos todos te aplaudieron y los chicos corrieron fuerte a abrazarte y después corrieron para poder ganar ellos también y recibir esos aplausos.

Porque ellos se acuerdan, seguro que sí. Porque esa es tu huella, porque vos para ellos estás ahí y siempre de vos van a querer más. Porque sos parte de los asados, las meriendas, los juegos, las charlas, los cines... Porque ellos son parte de vos y su huella ya la dejaron marcada en su agradecimiento y en sus demandas.

Lo lindo de los afectos es que nos respaldan, que nos hacen creer que podemos, que a veces hacen de guía y otras nos ponen límites... cuando nosotros nos olvidamos de hacerlo. Lo lindo de los afectos es, simplemente, saberlos presentes.

20 de septiembre de 2010

Acerca de cómo borré el mes 09 del calendario

Hay números que no me gustan. Y no hace falta una clase de numerología o un don Freud buceando en mi inconsciente para explicarlo. Hay números que, según la evidencia comprueba, no sé dibujar.
09 me resulta incómodo. 10 es sencillo y completo, 08 cae simpático por sus esferas asimétricas. 09 está ahí, entre lo demás y lo de menos. Casi llega, casi alcanza... pero no. Y no hay caso, me resisto a dibujarlo, lo anulo. He pasado 20 días, cada uno de ellos sin excepción, dibujando fechas equivocadas, profetizando un octubre al que le falta para llegar, teniendo que tachar los 1 y dibujando los 9 con rabia, un día tras otro. Un despropósito.

¿Será el número o será el mes? ¿Qué (me) pasa con septiembre? Hay flores monas, los días duran más, vuelan las colchas, hay hormonas en revolución enloquecida, hay olores de los ricos... bueno, y de los otros también, hay alergias, vuelve la transpiración, no llueve, odio la tierra, mis pelos comienzan a pararse en punta esponjosa con las primeros calores, todo el mundo se apura porque el fin de año está ahí, a la vuelta de la esquina y otro año que se ha ido y pareciera estar todo igual y la gente se empieza a desmoronar porque las metas no van siendo cumplidas y a veces caen a pedazos por los cambios y otras veces se desmoronan porque no preveían sus pequeñas caídas y me aturden, dejan de escucharse, y me aturdo y perturbo y paro de escucharme y no quiero saber que ya se acaba otro año más y menos que menos que otra primavera (estación de las maravillas para lo intenso y lo efímero) se nos escapa. Aunque ya sé que ni acaba de empezar.

Ansiedad, nunca me gustaron las transiciones. Otro despropósito.

5 de septiembre de 2010

¿Dónde está el deseo?


Asfixia.
Es la sensación que conozco cada noche, como si fuera la primera vez, cuando me acuesto y mi pecho se cierra, busco la manera de hiperventilarme y siento más tierra que aire circulando en mi sistema respiratorio. Parte de la estación.

Raíz.
Es mi ancla, que sabe asirse al suelo que toca cuando le gusta, pero también tirar con insistencia hacia arriba cuando el aire se escapa, hasta que se leva o los bronquios se dilatan.

Voluntad.
Mi fuente de energía primaria, cuando escasea aprendo sobre la respiración anaeróbica y duermo... y duermo. Se dice autosuficiente, pero un análisis más minucioso muestra que se nutre de los afectos del entorno, de la luz del sol, de las satisfacciones del pasado-presente y de las expectativas futuras.

Sentidos.
Vías de percepción y transmisión de impulsos nerviosos que a veces generan placer, y otras no. Mis preferidos, el tacto y la vista. Ojo! Las imágenes táctiles y visuales pueden ser portales de acceso a oasis de oxígeno que, muchas veces, no son más que espejismos.

Deseo.
Ahí voy yo, cuestarriba-cuestabajo. A veces parece que cambio de rumbo como veleta, que me aburre la vida de meseta y necesito correr al borde del abismo. Levar anclas, hacerme eco de la voluntad que reclama dejar los espasmos para otro momento y salir en busca del oxígeno. Ahí va el deseo, furioso, impertinente, sagaz, más por la sombra que por la luz, copando un espacio y vaciando otro, doliendo en angustias pequeñitas, casi imperceptibles por lo salteadas. El deseo se constata en la falta, y la voluntad persiste.

26 de agosto de 2010

A mí no me gusta la poesía


En un arrojo de confianza con mi público lector, voy a contar un secreto de esos inconfesables: a mí no me gusta hablar de literatura. 

Es una moda que se instaló en mi vida en el momento en el me sentí dentro de la marimba de la carrera de la que todavía no me puedo desprender, Letras. Quizás forme parte del complejo de salmón que me diagnosticaron hace años, pero no, no lo soporto, y a veces me causa reacciones alérgicas. 

Lo detesto y, además, no sé prácticamente nada del tema. Me olvido, es un mecanismo de defensa automático. Vuelvo a casa y la biblioteca está plagada de libros que leí o quiero leer, y cuando se produce el acto juro que lo disfruto, que me genera placer, y hasta sensaciones orgásmicas podría decirse de algunos casos. Pero no, no me entusiasma hablar de literatura. Soy una persona bastante egoísta con ciertos placeres personales. 

Me gustan los testimonios, me gustas las vueltas antropológicas, las miradas sociológicas, los giros con uso social de base literaria. De eso puedo escribir, de eso puedo charlar, me emociono, me apasiono y lo comparto. En eso me vuelco, ya no es hablar de literatura para mí. 

No me pregunten por las últimas tendencias, no me pidan recomendaciones... nunca le pego. Soy una pésima celestina del arte de las letras, un fracaso total. 

No se espere eso de mí, a nadie le gusta decir que no, y a veces cansa exhibir la propia ignorancia. Letras es más que los cuentos de Cortázar y Borges, que la novela policial y el último Nobel. Letras también tiene otras escrituras, otras voces y muchas objeciones. Además, y por último, no me gusta, y punto. 

20 de agosto de 2010

Mad world


Los acordes se repiten. Es la tercera vez que pongo play al reproductor. Empiezo a creer que este es un acto de martirio e insanía totalmente innecesario.

A veces las canciones se pegan a momentos concretos, y cuando las escuchamos pasa que no las escuchamos, volvemos a vivir esos momentos de alegría o de tristeza e, irremediablemente, entramos en sintonía con la melancolía. Este no es el caso, pero otras veces me ha pasado. Voy a poner play de nuevo.

Ahí va. El valor de esas frases universales, tan amplio el espectro de sentidos que abarcan, que una (yo) termina (termino) apropiándose (apropiándome) de ellas para aplicarlas a situaciones, a sentires únicos e irrepetibles. Ahí va la receta del éxito del hit, ahí van mis emociones desgarrándose entre paradojas. 

Hablo de mí entre paréntesis, justo cuando vuelve a llegar el final del tema que, si escucho una vez más, quizás estalle en lágrimas. Hago la prueba. No lloro. Sigo. The dreams in which I'm dying are the best I've ever had ("Los sueños en los que estoy muriendo son los mejores que alguna vez he tenido", según mi traducción) Qué frase más preciosamente trágica, el valor sensual de la paradoja que se presenta, en esta caso, como una verdad tan naturalmente aceptable porque... a quién no le ha pasado alguna vez? 

Cada párrafo empieza a tono, luego, en sus palabras, viajo tiempo atrás hasta que me fui. Escribo para sujetarme al presente que tengo y me gusta tener. A veces pienso que me voy a perder entre laberintos de palabras, imágenes y recuerdos, y me asusto cuando los límites entre una y otra esfera, entre uno y otro tiempo, se vuelven difusos. Me cuesta recordar que lo cierto es que nunca existió la claridad, salvo cuando quisimos ponerla ahí, como categoría operativa para movernos por la realidad más fácilmente. 

When people run in circles it's a very very mad world ("Cuando la gente corre en círculos es un mundo muy muy loco", otra vez yo). La canción que me encierra, me ofrece una salida. Existe la posibilidad de bajar la velocidad y, sobre todo, de echar andar por nuevas sendas. Nuevos caminos, basta ya de seguir mi propia huella. Stop.

Aquí, la banda de sonido que me acompaña: http://www.youtube.com/watch?v=W2SY9_rlGX4

30 de julio de 2010

Burbujas


Me invitaron y fui. Era un día de sol que estaba bonito para caminar, pero llegué en auto porque el destino final era lejos. Apenas entré me sentí como en el extranjero y empecé a recuperar recuerdos de geografías lejanas que nada tenían que ver con lo que quedaba de la cerca para afuera.

Adentro tuve un rapto de iluminación y entendí, creo que por primera vez, la noción de inseguridad tal como suele usarse en estos días. Éramos ajenas, en la garita de entrada nos indicaron el camino a seguir sobre un mapa. Yo fui mirando por la ventana como criatura que empieza a descubrir el mundo: casas sin portones, ventanas sin rejas, bicicletas en los jardines, el paisaje golfista en los alrededores y el camino que se hacía más largo gracias a los muchos reductores de velocidad dispuestos en su recorrido.

No voy a negar las contradicciones: a mi me encantaría vivir en un espacio sin límites demarcados, poder disfrutar de un paisaje sin tener que mirarlo entre hierros y poder dejar por ahí mis cosas sin tener que preocuparme por hallarlas o no en lo sucesivo. Pero, en realidad y por sobre todo, pasearme por ese espacio me asfixió, igual que me asfixiaban los zoológicos cuando era chica.

Este lugar se transformó, a mis ojos, en la (re)creación de un espacio idealizado que no sé si alguna vez habrá existido por estos lados pero que, en concreto, hoy no es posible. Sucede que a los pequeños criados en esas jaulas tan gigantes y bien acondicionadas puede ocurrirles lo mismo que a cualquier animalito criado en cautiverio: a la hora de ingresar en su hábitat natural se encuentran indefensos, sienten miedo, se estresan, tienen más enfermedades cardiovasculares y exageran, fomentan y reproducen sensaciones como la de la famosa inseguridad que, a estas alturas, se ha transformado en el villano más famoso de nuestro western local... así, con toda la impersonalidad, simplicidad y aparente ingenuidad que carga la expresión.

Me enojé ahí dentro porque esta gente, además de hacerle mal al prójimo externo haciéndole sentir que no puede acceder a su paraíso privado, se hace un mal a sí misma al imitar las condiciones de un mundo artificial que Menem se encargó de hacernos desear y, también, de quitarnos de las manos.

Volví caminando a la tardecita, cuando el sol bajaba. Respiré más tranquila en mi jungla. Recordé, entonces, a mis garritas tan limadas por el desuso, a las que solo muestro en tiempo de necesidad. No hay caso, la burbuja se resquebraja cuando la realidad golpea y abraza.

22 de julio de 2010

Un lugar llamado Lituania

Mi viaje a la semilla es largo. A la meta final se puede llegar por diferentes caminos que, encima, son todos sinuosos. Mis respuestas a las preguntas sobre mi pasado dependen, sobre todo, del momento del presente en el que me son hechas, y esto excede el hecho lógico y coherente de que a los 24 he sumado 10 años de historias que no podría haber contado a los 14, porque puedo asegurarles que mi imaginación y detallismo eran mucho más poderosos por aquellas épocas.

Sabemos, entonces, que, cuando hablo de la yo que fui, me reinvento y dejo una cota grande a la creatividad para que me haga ser quien soy por mí. Por ejemplo, cuando tenía 13 años vivía, para muchos de "los demás", en una familia perfectamente disfuncional: tenía un hermano compositor y otro ingeniero que se habían ido cuando yo era muy muy chica y no venían casi nunca, ni siquiera eran hijos de mi papá y no sabían de la existencia de mis hermanas que, aunque vivían con él, tampoco eran hijas de mi padre... Alguna vez le dije a alguien que él y mi madre habían bajado de un barco en el puerto de Buenos Aires conmigo, pequeña tanita recién venida al mundo, bajo un ala y un diccionario para entender español bajo la otra. Esta anécdota falsa presentaba dos puntos flacos que la hacían fácilmente desarticulable: por un lado estaba el error histórico de aproximadamente un siglo para que encajara con las historias de inmigrantes que se ve que en algún momento me hubiera gustado vivir, y por el otro, en mi ingenuidad púber, ignoraba que Tucumán es así de chiquito y resulta ser que, por consenso popular, todo el mundo conoce a todo el mundo. 

Como a los 15 o 16 tomé conciencia de que mi mundo tal cual era (o tal cual yo lo vivía, para ser más precisa) era narrativamente interesante, sólo había que arreglar el punto de vista de la narradora y focalizar en uno u otro aspecto según la audiencia de turno. Bastante rápido fue el paso en el que cambié las mentiras por los juegos de palabras y las risas. Con los años, comencé a preparar mi primer atado de ficciones autobiográficas de fuente histórica (o histérica, dependiendo de cómo se quiera juzgar) y los artificios imaginarios los reservé para mis espacios paralelos que nunca quise dejar desaparecer porque aún hoy son una fuente importante de energía y riqueza para mí. 

A los 24 me pienso a los 0 y... no me acuerdo. Apenas si guardo uno que otro lugar perdido para mis 2 años, palabras sueltas e imágenes familiares un tanto desorbitadas. Ya no recuerdo la primera vez que me trataron de mentirosa, pero de tanto habérmela acordado y repetido durante años, todavía puedo contarla como si sintiera viva la historia: no fue fácil tener 3 años, padre y madre homónimos y de idéntica profesión, y llegar a una guardería en la que la diversidad de nombres y oficios copara lugar, todo un cambio para mis estructuras mentales. 

No hay una genealogía válida tampoco, no podría ser escrita porque hace rato hicieron cortocircuito los cables y se cruzaron los deseos con las realidades, las búsquedas y los encuentros, el azar y la razón, los tiempos y los destiempos. Mi viaje a Lituania aún me lo debo, y como me he sabido tan cerca y tan lejos, por indecisión, es posible que mis ganas de llegar nunca dejen de ser. Lituania está ahí para mí como no lo está para nadie, es esa idea-refugio que alguna vez me inventé para proteger y resguardar mis ideales, mis ideotas, mis ganas, mis rencores, mis odios, mis amores imposibles, mis deseos por alcanzar, mi incomprensión, mi querer entender y todo aquello de lo que a diario preciso pero que no se tiene que acabar nunca jamás. 

Dejo este texto abierto porque no encuentro forma de darle un cierre, porque aunque quisiera aún no ha sido escrito, ni vivido, ni imaginado. He perdido el hilo y lo he reencontrado a lo largo de los párrafos y de las horas del día en las que esta ventana estuvo abierta, y quizás retome esta idea, entre otras, más adelante.

28 de junio de 2010

Pasen y vean(me)


Hace unas semanas, debajo de esta imagen, yo empezaba a contar una historia acerca de cómo una tarde perdida de invierno quise poseerlo absolutamente todo, sin importarme la irrealidad de mi deseo. Era una sensación bastante ambiciosa. Supongo que, si fuera planeta, ese habría sido el día en que entrara en alineación con todos los demás elementos del universo.

La realidad de los días me distanció de la imagen, del sentimiento y del escrito. La totalidad se calmó en mí y se fue. Fue ese anhelo que me invade en los momentos en que reactualizo mis emociones panteístas y me encuentro en parte y comunión conmigo y con el medio. Las nubes se me revelaron fraternales y en un guiño de complicidad me invitaron a seguirlas por el celeste que brillaba como si estuviese amaneciendo.

Oficialmente, hace unas semanas, yo volví a ser yo en mí y en los demás. Parte en relación. Equilibrio desde mí y para mí, por y para los otros. Es un buen momento, el cielo me sonríe y la gente en las veredas también (aunque no sepan muy bien por qué), hasta la luna se puso las pilas y me regala arco iris nocturnos en su aura, que solamente yo puedo mirar.

Pasen y véanme.

11 de junio de 2010

Elige tu propia aventura



Y así fue como empezamos a recuperar la eternidad que habíamos pasado juntos sin conocernos. 

Es solo cuestión de química. Y eso se sabe en un cruce de palabras, o de miradas. Y pasó que nos cruzamos por primera vez en una esquina, nos reconocimos y echamos a andar. El mundo se hizo chico cuando lo recorrimos a lomo de patineta, una y otra vez, en una tarde, en una plaza, en un barrio cualquiera. 

Usar esas palabras, que son claves que despiertan cadenas de imágenes, recuerdos, sonidos y sensaciones en general, que van a cruzarse con las del otro, que está ahí en frente usando la palabra que es clave. Y el sentido es el que una quiere que sea, y el otro consensúa en un gesto, y al revés vuelve a empezar. 

La ilusión de la totalidad, por muy efímera que sea, es incomparable. El sentimiento de encontrar en un primer zarpazo a ese alguien que es como una, que nos identifica, que nos entiende. Sucede que a veces las explicaciones están demás porque la identidad es tal que las experiencias parecen las mismas... o taaan parecidas.

Y si vos estuviste ahí y me viste tal como yo quise que me veas? Y si vos sentiste eso que yo también y con la misma intensidad? 
Y luego, narciso: "quizás un día llegue en que la ilusión no se desvanezca". 
Y luego, las voces: "quizás un día llegue en que la ilusión se resquebraje y se produzca el encuentro".

Elige tu propia aventura.

3 de junio de 2010

Para empezar a despedirnos mutuamente

Episodios de ayer, de hoy y de siempre, síndrome de la ansiedad hipercompulsiva, manifestación palpable: la nostalgia anticipada.

Te acordás de que el otro día te conté, muy preocupada, que había estado pensando en el momento, ese que todavía no vislumbramos, en el que vos y yo ya no nos miremos como nos vemos hoy y nuestros abrazos no sepan igual? Me odio por eso.

Julio va a ser duro. Asistiré puntual a las despedidas. Prometo intentar no esperar regresos. Cuando vea la luna, me voy a acordar del sol que los ilumina, me voy a sentir muy cursi y voy a pensar en las lecturas, las meriendas y las caminatas. Hoy colonizo el futuro para evitar que ataque el presente (el valor ridículo de la certidumbre).

Mientras tanto pasa junio, que no acaba de empezar y yo ya lo doy por terminado. No hay caso, yo sigo siendo yo.

29 de mayo de 2010

Ay de mí cuando pienso en vos



Basta de tratarme así.

Y si no te escribo es porque no quiero, ya no me preguntes. Yo quiero, pero no puedo. Sos lo más posponible de mi agenda, con toda la horribilidad sonora de esa palabra. Porque no estás, porque sos una sombra de lo que fuimos que se quedó en la distancia. No tiene sentido la inmediatez del correo cuando los kilómetros se miden en miles. Me gustás, me gustaste desde que te vi mirarme y me miré mirándote y me encontré escapándome, para después volver a buscarte y encontrarte, al fin, esperándome.

Fue fácil emborracharte (emborracharme) con te de bergamota para después no tener que hacernos cargo de nada. Porque vos no tenías por qué, ni querías... y yo tenía todas las ganas. Desde entonces me tratás así. Esos modos tan políticamente correctos que encubrieron tu agresiva invasión incisiva. Yo me dejé colonizar muy fácil, para qué negarlo. Me convenciste de que te necesitaba en cada línea de tus alabanzas. Y las lecciones de geografía, entre tu inglés asuecado que iba entendiéndose con mi francés españolizado... y las lecturas, los colores, la poesía de las imágenes oscuras que pegaste en tu habitación. Fue buena mi decisión, no quise dejar marcas en tus paredes.

La consecución del deseo siempre se posterga. Vos nunca me dijiste que no, y lo sabés. Tampoco me dijiste que sí. Vos me dejaste hacerme a un lado cuando me aburrí, y te fuiste. Y entonces, la historia y la histeria se acabaron, porque vos y yo no fuimos más que un cruce contingente de caminos que nunca necesitaron encontrarse, aunque pasó. Todo lo que vino después, en mi opinión, está demás. No hay melodrama que valga. Basta de reclamos.

Si no te escribo es porque ni puedo, ni quiero, ni lo necesito. Te doy por informada.
Que tengas buenos días.

25 de mayo de 2010

Todo lo demás son presunciones



Vos sabés lo que me pasa cada vez que te veo? Bueno, no me pasa mucho, en realidad, porque cada vez que anticipo que te voy a cruzar, hago un ejercicio de pacificación interna que me da mucha calma y eventual equilibrio.

Antes y después estallo, pero mientras tanto estoy entera y juraría que vos ni te enterás. Sobre todo porque cuando estoy ahí, hasta yo me olvido. Mi cuerpo por ahí se acuerda, pero hasta que reaccione... podrían pasar mil años.

Creo que vos y yo no deberíamos vernos más a solas. Creo que vos y yo vamos a agotar muy pronto los temas de los que hablar (y entonces...?). Creo de vos y de mí que podríamos construir una amistad tan bonita... si tuviéramos ganas, creo que corremos ese riesgo. Creo que ni a vos ni a mí nos interesa demasiado. Creo firmemente que me estás buscando, que quizás no me deje encontrar, no aún. Creo que mientras mis ganas se crean dispersas, en diferido van a quedar.

Me presumo culpable de antemano. Ya no puedo decir que no haga nada porque lo siento en la pasividad de mis días, aunque suene contradictorio. Me gusta saberme en un presente de inocencia y sostener el juego de la complicidad de a dos. Esa complicidad que no significa nada, que a nadie incomoda demasiado porque nadie quiere, ni puede, hacerse cargo de ella. 

Antes y después estallo, pero el mientras tanto dura más de lo que se podría pensar. Y aquí estoy, y aquí presumo que estás. Yo no quería, pero desde afuera me convencieron de lo que en este instante parece evidente... 

22 de mayo de 2010

Por gente como vos, mi mundo está como está


Me acuerdo del golpe del baúl cuando lo cerré con furia después de haber guardado la guitarra. Me acuerdo de mi furia y mi mal humor. Me acuerdo de que esa noche fue la primera vez que renuncié a algo en lo que había creído con convicción. Tenía 16 años y estaba en la puerta del colegio.

Sé que vos no me estabas esperando. Me lo han dicho tantas veces desde entonces y hasta ahora que es casi un cliché en mi vida el meterme en la de los demás cuando nadie me llama, pasa que me dan paso. Igual, vos me miraste y yo te miré (o yo te miré y vos me miraste, el orden ya da igual). Nos miramos y nos seguimos en un revés de las cabezas que duró poco pero fue suficiente. Volví a mi furia, que ahora alternaba con momentos de pequeño gozo buscando tu mirada cómplice en la distancia. La situación me divertía, y ya me había olvidado de que estaba esperando a alguien que no llegaba.
Fue cuestión de 15 minutos, te acercaste me preguntaste por mi remera, te respondí, te prometí algo, cambiamos emails, nos despedimos. Después, más tarde, te vi de la mano de ella y a mí me vi de la mano de él y entonces las cosas recobraron su orden natural. Yo presenté la renuncia y me volví temprano a casa. Estaba harta, pero contenta: el oasis de las sonrisas que me ayudaste a conseguir. 
Tres días después tocaste el timbre de mi casa, dos más tarde, ella y él volvieron a saber de la soledad, y en el séptimo día el cielo y la tierra se unieron en una noche infernalmente larga, entre tránsitos pedestres y charlas sobre música, ideas y revoluciones, con los primeros acordes metálicos de fondo que yo empezaba a reconocer. La terminamos juntos. En realidad, fue nuestro comienzo. 

Nunca supe cuándo terminé de estar con vos. Porque es cierto que un día, tiempo tiempo tiempo después, me fui, que el final estaba anunciado casi desde el momento de la unión (otro de mis clichés), pero no era un final elegido ni provocado por nosotros. Y la seguimos, y nos dejamos, y nos reencontramos -porque volví-, y nos volvimos a dejar, y empecé otras aventuras y las dejé, y te reencontré... y en algún punto la primera persona plural se volvió singular. La precisión del momento es lo de menos, pasaron años sin que pudiera desprenderme de la idea platónica que inventé de nosotros. Efecto de los recuerdos que, por mucha conciencia que haya de que engañan y distorsionan, no pierden su poder. 

Hace unas semanas un café azaroso nos encontró de frente, y los temas fueron los de siempre. Todavía queremos salvar el mundo, y el mundo se nos hace cada vez más grande e inabarcable, aunque por momentos parece pequeño y sujetable. Maldito mundo en contradicción que no entiende que nuestra conquista será por su bien. Nos prometimos más cafés, te prometí un libro (todavía lo tengo separado), me prometiste algo más que ya no recuerdo. Seis años después de un probable fin a la primera vuelta, te sentí bien, te sentí completo en tu incompletitud, y te vi con ganas de estar como estás. Vale mi confesión, es la primera vez que te veo y no me invade la inquietud del "qué hubiera pasado si...". Me sentí bien a mí con vos así. No voy a terminar en la cursilería de decir que el encuentro fue un cierre de lo viejo y que ojalá que sea el comienzo de una nueva forma de relacionarnos... pero sabé que lo pensé. 

No se me ocurre final mejor: Es por gente como vos que el mundo está como está: un poco menos peor de lo que podría ser; con espacios alternativos que hacen pequeñas revoluciones todos los días en las cabezas y en las esquinas, en las plazas y los escenarios, en la facultad y entre los amigos; donde el egoísmo y la egolatría pasan a un segundo plano en pos de la empatía del aprender a compartir, aunque reconozcamos que a veces mueve el narcisismo de creer que se hace el bien. Salud por eso, por nosotros, y que nunca falte la alegría. 

17 de mayo de 2010

Sal solcito



Tiempo de calma, el invierno. Tiempo usual de soledad para mí, momento para poner el cuerpo a tono con la última tendencia en defensas y protecciones: los abrigos, las bufandas, los guantes, los pasamontañas, los gorros y las orejeras. Este año, todo parece preparado para ser diferente.

El sol se hace corto, cuando aparece. Yo me (le) río y me invento rutinas nuevas en calendarios a medio usar. Dejé la agenda en el cajón, no aprendimos a convivir. Compré un cuaderno de hojas lisas, pequeñito, sin cajas, ni renglones, ni marcas para las fechas o los números, liso hasta la náusea. Las páginas se escriben sin un orden claro. No, las páginas las escribo yo (aunque a veces me olvido), y pasan y pasan.

Reviví muchos músculos: las carcajadas no me abandonan, y eso que los pronósticos no son auspiciosos en varios flancos. Vamos, que no me quede con las ganas.

Las ganas. Mis ganas me van a traer problemas, lo presiento en ciertos indicios que por momentos afloran y se escapan entre miradas perdidas y una complicidad que se oculta en la comisura de unos labios que me gusta mirar, sobretodo cuando me sonríen. Las palabras se mezclan con la chispa de unos ojos pícaros que miro cuando me ven, y otras veces también. Y así, no se la pasa tan mal entre los días fríos. Las ganas, las mías, me dan calor cuando me dirigen, y este año no se miden.

Llega el invierno y me mueve la primavera. Bienvenidas las mariposas.

10 de mayo de 2010

Se disfruta

Mi vida a veces puede ser una gran carcajada. Y es mejor así, sin imágenes ni mil palabras. 

4 de mayo de 2010

Los sentidos, mis sentidos

Lo siento. Lo siento tanto. Y es algo corporal que me atraviesa viceralmente.
Naturalmente, tiendo a decirme dueña de seis sentidos, y el sexto está ahí, es ese transversal que surge de la combinación de uno y otro sentido, de todos, de algunos y se me mete como línea oblicua que serpentea dentro llenándome de chuchos y escalofríos.

Primero, pensé y sentí que mi mirada era lo fundamental. Yo era en mi mirada: era mi arma, mi comunicación, mi espacio de recreación, mi puente hacia los otros, mi manera de ruborizarme, de marcar enojos y rencor, mis indiferencias, mi extensión, mi caña de pescar, mi negación, y por eso, ante todo, yo era en mi mirada estando sin estar. Porque mi cuerpo no se metía, jamás... hasta que el territorio no fuera digno de ser creído tierra firme, un lugar seguro.

Inevitablemente, tuve que matarme. Un sentido figurado, claro, como cuando se habla de matar al padre. Mi aniquilamiento fue la supresión de mi visión, el ejercicio consistió en prescindir de ella, de sus modulaciones, y hacerme ser y estar, así, todo en conjunto, de otros modos. Me vi en apuros, tuve que aprender a hablar y a descubrirme en mi diversidad. Entendí que me gustan los sabores de la gente, pero para eso, antes, fue necesario empezar a probarlos, entonces noté mi falta de olfato y mi incapacidad para anticipar ciertos sabores que quizás no me hayan sido tan gratos. Empecé a escuchar más, aunque eso siempre me había gustado, el cambio fue el implicarme en la escucha, acercarme para estar.

Luego fue el tacto. Y ese fue el punto de inflexión, el lugar del no retorno. Me gusta tanto tocar, y es algo tan pero tan ajeno a mi naturaleza, tan aprendido pero tan sentido desde el fondo de mí. Así que ahora toco, y mucho, pero no a cualquiera. No hay modo de tocar sin estar (estar en riesgo permanente, desde mi sociopatía). Me gustan las asperezas, las suavidades, sentir una después de otra en la misma piel, palpar costras y cicatrices, sentir los cabos de una cabeza recién rasurada. Me gusta tocar las comisuras de los labios, mirando a los ojos bien de cerca, bien desde adentro... pero eso he preferido guardarlo para unos pocos selectos. Me gustan las sonrisas en las caras de mis tocados.

Creo que ese es mi sexto sentido, el más explosivo de todos. El que sale de la combinación de mi tacto y mi mirada, pero que solo se descubre a sí mismo en el momento preciso en que yo me descubro a mi misma develada. Todavía no he avanzado tanto, es en ese espacio, que dura milésimas de segundos, que vuelvo a retrotraerme al tiempo viejo del caracol y marco distancia, y de pronto ya no estoy.

23 de abril de 2010

cortarse sola

ella me  dijo que yo le dije que ya era tiempo de que hiciera algo. que hiciera (hacer, hacer, hacer), accionarse, moverse, ocuparse. ella dice que yo se lo dije pero yo digo que no me lo dije, aunque quizás sí se lo dije. me lo digo ahora, cuando ella me cuenta que miro desde afuera y ya no giro, o es ella la que ya no gira.

yo hablo de círculos que se mueven como espirales hacia dentro y hacia afuera, que se cruzan, que se envuelven, que se chocan y se separan. hablo de círculos mayúsculos y de círculos pequeños, y hablo de la gente que pasa por las esferas y que imprime sus huellas y se deja llevar y me lleva, o me llevo en ellos. y cada vez más me siento gurú de manual de autoayuda que usa un lenguaje polivalente y aplicable a la situación de turno de cada cual en su vida y circunstancia, como si algo en este mundo fuera universalizable. así no pienso.

me desfiguro. me fui a descansar.

20 de abril de 2010

Me enamoré una vez

y muchas otras más. Pasa que soy lo que suele definirse como enamoradiza. No soy una adicta, pero es que... sarna con gusto no pica.

Te acordás cuando nos conocimos? Sí, esa siesta de junio después de clases, cuando me llamaste por mi nombre y yo me enojé porque no me gusta que me conozcan sin conocer yo. Me acuerdo de la calcomanía de tu carpeta, mi excusa para charlarte. Y un banco en una sombra en un patio con gente que iba y venía nos hizo de mesa de café, porque antes no había merenderos.

Ja, claro que a la noche fue el msn, después de una tarde sellada con un citric en la parada del colectivo que está en un punto medio entre nuestras casas. Porque para entonces ya sabíamos que vivíamos a 5 cuadras, que habíamos ido al mismo colegio, que cursábamos la misma materia, que leíamos los mismos libros y escribíamos distintas poesías, aunque las hablábamos en bares parecidos.

"Manuscrito hallado en un bolsillo" se cruzó con los Fragmentos de un discurso amoroso al día siguiente. Y los apuntes de historia quedaron en la mesa de la habitación que ya compartíamos, mientras nosotros nos echamos a mirar el cielorraso y después... Sí, ese después no me lo olvido más. Pasa que nadie nunca fue así de transparente conmigo. No me acuerdo exactitudes, pero sí de tu Te amo, no sé si antes, no sé si en 5 minutos, pero en este momento te amo.

Claro que te creí, aunque no pudiera corresponderte. Pasa que ahí no estaba mi amor, pero sospecho que eso siempre lo supiste. Después se rompió el hechizo, y yo por suerte no era ni princesa ni sirvienta, así que no me dejé ninguna prenda olvidada y me fui yendo de a poco, mientras vos te ibas andando también. Hoy guardo tu libro en un estante de mi biblioteca y cada vez que lo leo, te veo y nos recuerdo en esas 24 hs de enamoramiento, que no podrían haber sido nunca más de las que fueron.

17 de abril de 2010

Una de David y Goliat


A ella, que salga de la sombra de la mirada triste y lo monocromático. Que vuelvan los colores, la alegría y la acción.


Pasaron por casa un par de semanas revueltas. La pequeña del hogar dejó de lado la pereza con la que suele cargar y salió a pintar las paredes de su colegio de color naranja. La carrera electoral por el centro de estudiantes fue ardua y el final, lamento dejar de lado el suspenso, fue que los uva se quedaron con el trono.


Los uva regalaron gaseosa, hicieron gala de su posición económica, de los contactos que sus padres les ofrecían y contrataron una murga para colaborar con el espíritu festivo y grotesco de las jornadas. Los naranja regalaron bizcochuelos, improvisaron un poco de ruido y, según recogen los testimonios, apelaron más al contenido de su campaña y a su propia fuerza de trabajo que a lo que otros podrían pagar para ellos.  Desde este lado de la ventana, observamos y juzgamos. Llegamos a martirizar a mi hermana: Qué vergüenza, cuánta demagogia, ¿qué les están enseñando por democracia?, ¿cómo pueden permitir eso las autoridades del colegio?


Todos los días una anécdota nueva, todos los días nuestra queja. Ya basta, ¿qué quieren que haga? Ya va a llegar el debate y ahí se les acaba la fiesta.


Vino el debate. El alumnado, de entre 12 y 18 años, presente. Hay preguntas, presentaciones, careos, promesas, abucheos. Una uva de 17 años, en un acto de autobombo, dice de su lista que es considerablemente superior a la otra porque cuenta con un candidato a la presidencia varón y aclara, mientras la pintura morada -cuyo significado feminista seguramente ignora- le chorrea por la transpiración de la cara, es que las mujeres no estamos capacitadas para llevar adelante ciertas tareas. Además, somos unas histéricas, no podríamos. Oscurecen muchas caras, otros la silban y cuestionan. 


Veda electoral y un día después, la realidad cruza en la frente de mi hermana que, entre bronca y frustración, reconoce por fin que va a un colegio de huecos. Vuelve a la pereza, volvemos a la tranquilidad cotidiana.


No quiero que pase sin más, que se convierta en una anécdota para los menos, y que ella tire la toalla porque un grupo de adolescentes pequeño-burgueses ha dado su voto positivo en favor de la desigualdad, la discriminación y la misoginia, una vez más. Y mañana saldrán del colegio a la calle, con la 4x4 de papá, a pasar por encima del hijo de nadie, con el convencimiento de que su futuro, sus familias, sus vacaciones y sus caprichos están ya pagos, y de que nada podrá detenerlos. A ellos, ojalá que un golpe de realidad los saque de su dañino y nauseabundo pupocentrismo.


A ella, quiero mostrarle un mundo otro en el que vivo -que sí, ya sé que es el mismo-, y que sepa que hay ojos que vienen de donde ella está hoy y posan su mirada en horizontes más lejanos y compartidos, aunque parezcan inalcanzables. Horizontes que se construyen en un día a día de trabajo colectivo, con respeto por los unos y por los otros. Porque la gente cambia, y no es toda ni para siempre la misma.


Que sepa que esa pereza que se sacó una vez, la que todavía la resguarda en su comodidad, la puede volver a dejar de lado para salir a armar otros caminos, en los que el recuerdo de estos grupos uva -señoritos de tantos aires ellos- no sea más que una mala anécdota para armarse de valor y coraje que le sirva para salir adelante. A ella mi estima, mi compañerismo y mi inspiración.

13 de abril de 2010

Siempre fui un caracol


Es que me hago un ovillo dentro de una caparazón y me muevo de forma casi imperceptible, a menos que me pateen o me ladren. Cuando me patean, me rompo. Cuando me ladran, me paralizo.

Pasa que saco las antenas para tomar del sol y ututear por los alrededores. Pero después, me guardo, miro desde dentro, y sólo eventualmente me pongo en juego (cuando me permiten ir a mi ritmo).

Es mentira, yo no soy así. Pero hay momentos en que no puedo evitar sentirme de esta forma. Sale el sol, oscurece, y vuelve otra vez a salir. Y pasa, y la miro, y muevo los labios para hablar, pero no, para qué. Para que diga que sí. Sale el sol, oscurece, y vuelve otra vez a salir. Y pasa, y la miro, y muevo los labios para hablar, y hablo. Me dice que sí. Pero igual, no sé. Vuelvo adentro.

Y así, está claro, ni yo percibo el movimiento.

9 de abril de 2010

De por qué soy como soy





H: -Mejor cambio el regalo, ya se me ocurrió algo mejor.

Mamá: - ¿Qué cosa?

H: -Un álbum de fotos hecho a mano, con momentos de los últimos dos años.

Mamá: -No entiendo, ¿cuál es la utilidad de eso?


Y así, me criaron. 

6 de abril de 2010

El del tamboril


Era domingo, y el sol pegaba violento, las bicis iban y volvían por la calle. La feria se había instalado cerca del club náutico del pueblo y el agua del mar, que todo lo rodeaba, ayudaba a que el calor se viera un poco neutralizado.

Él hizo el camino como si liderara a una troupe de tamborileros rimbombantes en un desfile de máscaras y saltimbanquis. Y yo, que pasaba por ahí en un día de retratos iluminados, lo acompañé en su ruta durante unos metros que fueron una vuelta, en años, a una infancia de cotillón que no sé si alguna vez habré tenido, pero que, seguramente, varias imaginé.

Después, seguimos por separado. Cada cual en su mundo de fantasmas y fantasías.

31 de marzo de 2010

Salud a mí


Hace 2 años, cuando saqué esta imagen , el único elemento que tenía algo que ver con la suerte, en esta habitación, eran esos dados. Hoy, mi llavero cuenta con la presencia de un duende que me resguarda de malos presagios, una de mis repisas alberga a una gallina de cresta transparente con un dado naranja en su estómago y, recientemente, se sumó al paisaje una lechuza diminuta, por si las moscas.

Enrique sigue igual, ya no lo descuelgo de la ventana que le fue asignada, la que mira al norte. En la que da hacia el sur está Sveo, otro inmigrante ilegal, de origen dudoso, pero que llegó a la casa en un vuelo procedente de Suecia, tras hacer escalas más o menos prolongadas en España, Francia y Buenos Aires.

Los perros se separaron. Es que creí que había hallado al amor de mi vida sentado en un bar, esperando a que yo me acercara a conquistarlo con las pocas palabras de euskera que sabía. A los pocos meses recordé que yo no creía en amores de la vida, y reconocí que quizás había sido un poco precipitado ceder uno de los canes bajo la promesa de un futuro reencuentro.

La rosa sigue estando sujetada por los delfines, sólo que ahora la acompaña otra flor, aún más artificial, que se sumó en algún punto del recorrido. La rana se se ubica al lado del perro solitario, y comparte espacio con la gallinita, una ardilla cosmopolita, un toro malagueño, un pequeño trol sueco, un tigre vasco y una zarigüella noruega que está lista para zambullirse en la pileta.

Sumé un estante de medios de transporte. El original es un modelo que se parece a Bonky Boo, ahora lo acompañan un tradicional Ford A de madera y un botecito de Playmovil capitaneado por un pirata y su secuaz, un granjero. Alguien se dio cuenta de que me gustaban las ovejas (me fascinan), y, como es imaginable, ya hay un par dando vueltas por ahí.

Veo más colores, algunos cerámicos, una paleta improvisada en telgopor con restos de témpera fucsia y verde. Al otro lado de la habitación, una lámpara de pie turquesa que suele hacer las veces de perchero. Tengo un vaso plástico con estrellas rosas flotando en sus bordes y un pato de hojalata que anda en bicicleta cuando le doy cuerda.

El resto lo guardo en cajas de zapatos vacías. O son papeles entre los libros, que también crecieron en cantidad.

Mariana, mucho gusto. Casi 24 años de edad

28 de marzo de 2010

Brilla

El pueblo es un pasaje. La entrada... curiosa, una playa de estacionamiento. Hacia el final, un barranco que va a dar al mar. A lo largo del camino están las casas (de esas que parecen aptas para que vivan familias), una iglesia, bares, cervecerías, taperías, y que no falte el club barrial que invita al señor pueblerino a continuar con la ingesta alcohólica. Cruzo una explanada que, sospecho, hace las veces de foro público o plaza.

Recorrí con ellas la ruta. El pueblo es una pasaje al costado del mar, se ve profundo desde arriba. Por momentos, parece que el agua va a tomar la tierra, pero sabemos que no. Los buques industriales entran y salen al otro lado de la bahía, por éste, los nenes juegan a ver quién cae mejor parado, como si de una pileta de aguas claras se tratara.

Vamos y volvemos. El pueblo es un pasaje al costado del mar, con un pedazo de cielo privilegiado, y la palabra no es burda. La captura es casual, pero no el sentido.¿Cómo perder de vista el momento en que la luna quedó atrapada entre dos encordados celestes, justo cuando aquel avión a chorro pasaba disparado como cohete que escapa de su órbita?

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Iba yo entre laberintos internos cuando recordé el sonido que brilla, ese que escucho sólo con acordes que (me) vuelan. Y brillé. 

25 de marzo de 2010

Yo construyo


Me he dado cuenta de que mi ego anda herido.

La sinapsis falla. La cabeza está por el piso, los pies a veces no responden. Además, he perdido gran parte de mi capacidad expresiva. A veces ni queda la sintaxis. Más evidente, aún, es que estuve de viaje por tierras hermosas, pero el retrato que elijo para ilustrarlo es interno.

Esta es la isla de los inventos (Rosario). La tarde fue un retorno a la infancia entre legos y pócimas optimistas, arquitectura revisada con edificios modernistas en madera y una casa con techo a dos aguas de hierritos que aprendí a soldar -con puerta y sin ventanas, todavía me falta cancha-. Jornada que cierra con la flor que bordé en una manta colectiva de recuerdos.

Lo visto es que no inventé nada nuevo, tampoco. Pero construí, uní piezas. Y mirá que es retorcido llegar a lo positivo entre adverbios de negación y nexos adversativos, pero se llega. Al menos el título de la entrada es asertivo.

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Tengo un ego que necesita curarse y estamos tratándolo por medio de diferentes terapias. Queda el lector advertido frente al contenido de futuras entradas.

18 de marzo de 2010

Yo soy público



Acá, mi lugar. No necesariamente en la sombra, ahí.
Porque sin público no hay espectáculo.

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Nuevo diseño. Quizás quizás, nuevas formas. Las cosas están cambiando.

1 de marzo de 2010

Hoy soy paloma

Y es una frase con sentidos múltiples, lo acotamos.

Sabés cómo me siento? Blanco perfecto de estafas, estoy aquí para vos. Vení, engañame, yo te voy a creer. Es que tengo ganas, y además lo necesito. Dale, en serio, vos confiá en mí, yo voy a confiar en vos. Lo que sea con tal de tener en qué creer. El silencio me perturba. El vacío también.


21 de febrero de 2010

De un duende y mi mente enana

Este es mi ángel de la guarda. Gesto socarrón y burlón, sobre el respaldo de mi cama. Su compañía no es ni dulce ni salada. Tampoco molesta ni divierte.

Nuestra relación en los cinco años que llevamos juntos ha sido la de dos viejos compañeros ha quienes las circunstancias de la vida obligaron a compartir camino. No nos llevamos bien, tampoco mal. Es evidente que no nos queremos y que las actividades del uno no le hacen la más mínima gracia al otro. El sentimiento es mutuo.

Yo no lo colgué en la pared. Fue mi madre, en un intento por conciliar nuestros intereses disímiles. De cualquier modo, fue vano. Él se encuentra en su lugar y yo en el mío, medio metro por debajo. No se trata solo de que nuestros intereses no sean compatibles entre ellos, es que, además, ninguno de los dos está dispuesto a negociar y/o discutir su forma de estar en el mundo. Cada cual vive encasillado en su terreno, con sus objetivos diarios, y apenas si nos preocupamos por recordarnos la convivencia y pensar que, quizás, ese otro podría tener alguna necesidad de nosotros. Yo velo por mí, tu vela por ti.

Tengo el pleno convencimiento de que me roba. Sucede que las fechas coinciden. O quizás sea solo que me he vuelto más desordenada desde que su presencia llegó a perturbar mi equilibrio. Aquí faltan cosas, y yo no encuentro más explicación que desconfiar de aquel con el que vivo.

Se va él o me voy yo. Porque cómo vamos a estar así, nos es preciso un momento de paz, un poder andar tranquila por la casa de una, si tener que estar pendiente de que haya o no una mirada de burla a mis espaldas. Es que esos ojos ya no me dejan dormir.


7 de febrero de 2010

Ayer pasé por tu casa

Acá estoy parada dos pisos abajo de uno de los lugares en que más tiempo pasé en los últimos cuatro meses.

A veces tengo sensaciones que se parecen a profecías, porque mis primeras impresiones con la gente y los lugares deciden por mí dónde voy a volver a pisar o en los brazos de quién voy a dejarme caer. Cuando llego a un lugar y me siento cómoda, sé que voy a volver, sé que quiero volver. Por eso, cuando llegué aquí, supe que había una historia por escribir.

Dos pisos más arriba, hice pie y me anclé. Te conocí, me conocí y me reconocí. Nos conocí. Acepté probar de acompañarnos, me dejé llevar, me impacienté, te seguí, me enojé, te enojé, te seguí siguiendo, te escribí, te leí, cantamos, rezamos, lloramos, hablamos, reímos más. Te quise distinto, te amé. Y me amaste. Me fui dejando a mí por los rincones, me fui llevando imágenes de colección que no se van a borrar.

Y hoy te escribo en pasado, pero mis sentimientos están en presente.

A veces intento pensar qué hubiera pasado si nunca me hubiera atrevido a subir esos dos pisos, pero pasó tanto en tan poco, que no hay lugar para titubeos.

Hoy te vas y yo te veo partir y paso por la planta baja del lugar en el que tantas veces fui feliz y me acuerdo de vos y todavía tengo eso que estaba ahí la primera vez que fui. Sigo mi camino, no tiene caso detenerme ahora.

Queda el dulce optimismo, la incerteza de no saber.

 
 
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