Me acuerdo de vos, cuando te
conocí. Salías de algún aula, el pasillo 100 o 200, todavía tenías el pelo
largo, relativamente ordenado y las cejas depiladas. Yo estaba con ellos y
todos se dieron vuelta cuando te vieron pasar y vos, fresca y despreocupada, saludaste.
“¿Quién es?” “La hermana lesbiana de
Diego”. No me olvido las palabras que me impactaron por la fuerza de la
etiqueta pero que, en tiempos de incertidumbre y curiosidad, eran piedra libre
para abrir mi juego. Después nos conocimos. Habrá sido casualidad, porque no me
acuerdo de haber pergeñado encuentro. Lo que sé es que al poco de habernos
visto vos ya tenías en tus manos mis apuntes para el próximo parcial de Historia
Social y que recuperarlos fue la excusa para la primera cerveza, allá en el
Círculo. Parece tan lejano y difuso… hará unos 6 años.
Los chicos querían que me gustes
y que vos gustes de mí. Las lesbianas de su mundo y del mío apenas existían, no
sabíamos verlas. Yo me esforcé por sentir cosquillas en el estómago cada vez
que te cruzaba pero, en verdad, esperaba el encuentro con vos porque ese era el
espacio de hablar. Sí, era egoísta porque era el espacio para hablar de mí, un
poco de vos también, pero vos ya traías varias cosas habladas por otros lados y
yo tenía la imperiosa necesidad de hablar de mí: sin eufemismos, hasta las 8 de
la mañana, sentadas en la vereda, en Bigotes, en Café París, donde fuera. Con
vos hice lugar a eso que hoy me parece tan fundamental: usar esas palabras para
nombrarme, aprenderlas, darlas vuelta las veces que sea necesario, volverlas
propias y acompañar a otrxs a que las hagan suyas. El manto de invisibilidad
cayó y el mundo se abrió nuevo, hermoso, y lleno de lesbianas por descubrir. El
muro de la héteronorma que se agrietaba.
Después fue Cruzadas, el arcoíris
que unió juego con militancia. Y llegó Mili con sus diseños y fuimos tres en
nuestro amor tan anti-binario. La seriedad buscada, pretendida, pocas veces
encontrada, en la que fuimos aprendiendo a destruir estereotipos mientras nos
animábamos a pintar las paredes y copábamos espacio público, marcábamos nuestra
cancha aunque más no fuera con letra inentendible y en noches desiertas y
ajenas a las cámaras de seguridad, que aún no habían llegado. Le pusimos cara a
una mesa panel, discurso a ciclos de cine, la firma a nuestros escritos, hasta
nos vimos promotoras del INADI en
campañas por la conquista de derechos en los que no terminábamos de
encontrarnos, que poco habíamos discutido, pero ahí íbamos... el frenesí, la
emoción, la persistencia y las ganas que nos impulsaban.
El amor de tres
que siguió sin respetar amistades, familias o parejas. Un amor que cela y que
cuida, que nos une. Un amor hermano que elegimos. Un amor que se hace de proyectos,
que iba a tener su casa con huerta orgánica en Córdoba; que sostuvo fiestas y
festivales increíbles y mostró sus colores en plena luz del día cuando eso no
se estilaba; un amor que hoy se hace fanzine y dilata su fin y no entiende de
distancias. Un amor que sabemos y sentimos para siempre. En definitiva, cruza
del amor romántico del más bobo con el guerrero, fisurado y cabezón que no baja
brazos.
A estas
alturas, 6 años después, así estamos. Les amo.
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