
Él la sigue mirando ir y volver, andar a campo traviesa, tropezarse una y otra vez con la misma piedra con plena intención.
Ella perdió el registro de lo que alguna vez fue él para ella. Va y viene, y se tropieza con cierta frecuencia con piedras y fisuras que le suenan conocidas, a veces lo nota en la distancia, pero decide acercarse igual, y cuando se da cuenta ya es demasiado tarde. Ella no lo recuerda del todo, pero sabe que no lo quiere de vuelta, no en el mismo lugar de siempre.
Él sigue firme. No emite palabra, sus oídos tampoco acusan recibo. Cree que si permanece en el mismo lugar, ella alguna vez volverá a pasar por ahí y todo volverá a ser como antes.
Ella sabe -con una certeza que parece apabulladoramente absoluta- de algunos de los caminos por los que ya nunca más transitará.