30 de julio de 2010

Burbujas


Me invitaron y fui. Era un día de sol que estaba bonito para caminar, pero llegué en auto porque el destino final era lejos. Apenas entré me sentí como en el extranjero y empecé a recuperar recuerdos de geografías lejanas que nada tenían que ver con lo que quedaba de la cerca para afuera.

Adentro tuve un rapto de iluminación y entendí, creo que por primera vez, la noción de inseguridad tal como suele usarse en estos días. Éramos ajenas, en la garita de entrada nos indicaron el camino a seguir sobre un mapa. Yo fui mirando por la ventana como criatura que empieza a descubrir el mundo: casas sin portones, ventanas sin rejas, bicicletas en los jardines, el paisaje golfista en los alrededores y el camino que se hacía más largo gracias a los muchos reductores de velocidad dispuestos en su recorrido.

No voy a negar las contradicciones: a mi me encantaría vivir en un espacio sin límites demarcados, poder disfrutar de un paisaje sin tener que mirarlo entre hierros y poder dejar por ahí mis cosas sin tener que preocuparme por hallarlas o no en lo sucesivo. Pero, en realidad y por sobre todo, pasearme por ese espacio me asfixió, igual que me asfixiaban los zoológicos cuando era chica.

Este lugar se transformó, a mis ojos, en la (re)creación de un espacio idealizado que no sé si alguna vez habrá existido por estos lados pero que, en concreto, hoy no es posible. Sucede que a los pequeños criados en esas jaulas tan gigantes y bien acondicionadas puede ocurrirles lo mismo que a cualquier animalito criado en cautiverio: a la hora de ingresar en su hábitat natural se encuentran indefensos, sienten miedo, se estresan, tienen más enfermedades cardiovasculares y exageran, fomentan y reproducen sensaciones como la de la famosa inseguridad que, a estas alturas, se ha transformado en el villano más famoso de nuestro western local... así, con toda la impersonalidad, simplicidad y aparente ingenuidad que carga la expresión.

Me enojé ahí dentro porque esta gente, además de hacerle mal al prójimo externo haciéndole sentir que no puede acceder a su paraíso privado, se hace un mal a sí misma al imitar las condiciones de un mundo artificial que Menem se encargó de hacernos desear y, también, de quitarnos de las manos.

Volví caminando a la tardecita, cuando el sol bajaba. Respiré más tranquila en mi jungla. Recordé, entonces, a mis garritas tan limadas por el desuso, a las que solo muestro en tiempo de necesidad. No hay caso, la burbuja se resquebraja cuando la realidad golpea y abraza.

22 de julio de 2010

Un lugar llamado Lituania

Mi viaje a la semilla es largo. A la meta final se puede llegar por diferentes caminos que, encima, son todos sinuosos. Mis respuestas a las preguntas sobre mi pasado dependen, sobre todo, del momento del presente en el que me son hechas, y esto excede el hecho lógico y coherente de que a los 24 he sumado 10 años de historias que no podría haber contado a los 14, porque puedo asegurarles que mi imaginación y detallismo eran mucho más poderosos por aquellas épocas.

Sabemos, entonces, que, cuando hablo de la yo que fui, me reinvento y dejo una cota grande a la creatividad para que me haga ser quien soy por mí. Por ejemplo, cuando tenía 13 años vivía, para muchos de "los demás", en una familia perfectamente disfuncional: tenía un hermano compositor y otro ingeniero que se habían ido cuando yo era muy muy chica y no venían casi nunca, ni siquiera eran hijos de mi papá y no sabían de la existencia de mis hermanas que, aunque vivían con él, tampoco eran hijas de mi padre... Alguna vez le dije a alguien que él y mi madre habían bajado de un barco en el puerto de Buenos Aires conmigo, pequeña tanita recién venida al mundo, bajo un ala y un diccionario para entender español bajo la otra. Esta anécdota falsa presentaba dos puntos flacos que la hacían fácilmente desarticulable: por un lado estaba el error histórico de aproximadamente un siglo para que encajara con las historias de inmigrantes que se ve que en algún momento me hubiera gustado vivir, y por el otro, en mi ingenuidad púber, ignoraba que Tucumán es así de chiquito y resulta ser que, por consenso popular, todo el mundo conoce a todo el mundo. 

Como a los 15 o 16 tomé conciencia de que mi mundo tal cual era (o tal cual yo lo vivía, para ser más precisa) era narrativamente interesante, sólo había que arreglar el punto de vista de la narradora y focalizar en uno u otro aspecto según la audiencia de turno. Bastante rápido fue el paso en el que cambié las mentiras por los juegos de palabras y las risas. Con los años, comencé a preparar mi primer atado de ficciones autobiográficas de fuente histórica (o histérica, dependiendo de cómo se quiera juzgar) y los artificios imaginarios los reservé para mis espacios paralelos que nunca quise dejar desaparecer porque aún hoy son una fuente importante de energía y riqueza para mí. 

A los 24 me pienso a los 0 y... no me acuerdo. Apenas si guardo uno que otro lugar perdido para mis 2 años, palabras sueltas e imágenes familiares un tanto desorbitadas. Ya no recuerdo la primera vez que me trataron de mentirosa, pero de tanto habérmela acordado y repetido durante años, todavía puedo contarla como si sintiera viva la historia: no fue fácil tener 3 años, padre y madre homónimos y de idéntica profesión, y llegar a una guardería en la que la diversidad de nombres y oficios copara lugar, todo un cambio para mis estructuras mentales. 

No hay una genealogía válida tampoco, no podría ser escrita porque hace rato hicieron cortocircuito los cables y se cruzaron los deseos con las realidades, las búsquedas y los encuentros, el azar y la razón, los tiempos y los destiempos. Mi viaje a Lituania aún me lo debo, y como me he sabido tan cerca y tan lejos, por indecisión, es posible que mis ganas de llegar nunca dejen de ser. Lituania está ahí para mí como no lo está para nadie, es esa idea-refugio que alguna vez me inventé para proteger y resguardar mis ideales, mis ideotas, mis ganas, mis rencores, mis odios, mis amores imposibles, mis deseos por alcanzar, mi incomprensión, mi querer entender y todo aquello de lo que a diario preciso pero que no se tiene que acabar nunca jamás. 

Dejo este texto abierto porque no encuentro forma de darle un cierre, porque aunque quisiera aún no ha sido escrito, ni vivido, ni imaginado. He perdido el hilo y lo he reencontrado a lo largo de los párrafos y de las horas del día en las que esta ventana estuvo abierta, y quizás retome esta idea, entre otras, más adelante.
 
 
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