05/09/2010

¿Dónde está el deseo?


Asfixia.
Es la sensación que conozco cada noche, como si fuera la primera vez, cuando me acuesto y mi pecho se cierra, busco la manera de hiperventilarme y siento más tierra que aire circulando en mi sistema respiratorio. Parte de la estación.

Raíz.
Es mi ancla, que sabe asirse al suelo que toca cuando le gusta, pero también tirar con insistencia hacia arriba cuando el aire se escapa, hasta que se leva o los bronquios se dilatan.

Voluntad.
Mi fuente de energía primaria, cuando escasea aprendo sobre la respiración anaeróbica y duermo... y duermo. Se dice autosuficiente, pero un análisis más minucioso muestra que se nutre de los afectos del entorno, de la luz del sol, de las satisfacciones del pasado-presente y de las expectativas futuras.

Sentidos.
Vías de percepción y transmisión de impulsos nerviosos que a veces generan placer, y otras no. Mis preferidos, el tacto y la vista. Ojo! Las imágenes táctiles y visuales pueden ser portales de acceso a oasis de oxígeno que, muchas veces, no son más que espejismos.

Deseo.
Ahí voy yo, cuestarriba-cuestabajo. A veces parece que cambio de rumbo como veleta, que me aburre la vida de meseta y necesito correr al borde del abismo. Levar anclas, hacerme eco de la voluntad que reclama dejar los espasmos para otro momento y salir en busca del oxígeno. Ahí va el deseo, furioso, impertinente, sagaz, más por la sombra que por la luz, copando un espacio y vaciando otro, doliendo en angustias pequeñitas, casi imperceptibles por lo salteadas. El deseo se constata en la falta, y la voluntad persiste.
 
 
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