04/05/2010

Los sentidos, mis sentidos

Lo siento. Lo siento tanto. Y es algo corporal que me atraviesa viceralmente.
Naturalmente, tiendo a decirme dueña de seis sentidos, y el sexto está ahí, es ese transversal que surge de la combinación de uno y otro sentido, de todos, de algunos y se me mete como línea oblicua que serpentea dentro llenándome de chuchos y escalofríos.

Primero, pensé y sentí que mi mirada era lo fundamental. Yo era en mi mirada: era mi arma, mi comunicación, mi espacio de recreación, mi puente hacia los otros, mi manera de ruborizarme, de marcar enojos y rencor, mis indiferencias, mi extensión, mi caña de pescar, mi negación, y por eso, ante todo, yo era en mi mirada estando sin estar. Porque mi cuerpo no se metía, jamás... hasta que el territorio no fuera digno de ser creído tierra firme, un lugar seguro.

Inevitablemente, tuve que matarme. Un sentido figurado, claro, como cuando se habla de matar al padre. Mi aniquilamiento fue la supresión de mi visión, el ejercicio consistió en prescindir de ella, de sus modulaciones, y hacerme ser y estar, así, todo en conjunto, de otros modos. Me vi en apuros, tuve que aprender a hablar y a descubrirme en mi diversidad. Entendí que me gustan los sabores de la gente, pero para eso, antes, fue necesario empezar a probarlos, entonces noté mi falta de olfato y mi incapacidad para anticipar ciertos sabores que quizás no me hayan sido tan gratos. Empecé a escuchar más, aunque eso siempre me había gustado, el cambio fue el implicarme en la escucha, acercarme para estar.

Luego fue el tacto. Y ese fue el punto de inflexión, el lugar del no retorno. Me gusta tanto tocar, y es algo tan pero tan ajeno a mi naturaleza, tan aprendido pero tan sentido desde el fondo de mí. Así que ahora toco, y mucho, pero no a cualquiera. No hay modo de tocar sin estar (estar en riesgo permanente, desde mi sociopatía). Me gustan las asperezas, las suavidades, sentir una después de otra en la misma piel, palpar costras y cicatrices, sentir los cabos de una cabeza recién rasurada. Me gusta tocar las comisuras de los labios, mirando a los ojos bien de cerca, bien desde adentro... pero eso he preferido guardarlo para unos pocos selectos. Me gustan las sonrisas en las caras de mis tocados.

Creo que ese es mi sexto sentido, el más explosivo de todos. El que sale de la combinación de mi tacto y mi mirada, pero que solo se descubre a sí mismo en el momento preciso en que yo me descubro a mi misma develada. Todavía no he avanzado tanto, es en ese espacio, que dura milésimas de segundos, que vuelvo a retrotraerme al tiempo viejo del caracol y marco distancia, y de pronto ya no estoy.
 
 
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