
Es que los caminos secundarios tienen hambre de carros y bicicletas, y desde atrás del vidrio palpé a lo lejos la figura de un deseo sinuoso que, como es ley, aún no se consuma.
Vi de cerca los árboles. Pero no, estaban tras las rejas y entonces no pude tocarlos. Vi de cerca la lluvia. Y sí, me empapé, porque resultó que el agua mojaba. Y viajé y volví.
Fallas técnicas, yapadas, enfermedades, zapadas, soledades, patadas. Volví.
Calles de mármol, miserias, gente de centros, histerias, noches de espuma y ginebra. Volví.
Ahora se trata de ver, palpar, llegar a las arboledas de acá (incluso a riesgo de enredarme en las cortinas o de que algún vidrio haga tope en mi camino).
Ir y volver e ir. Estar.