29 de mayo de 2010

Ay de mí cuando pienso en vos



Basta de tratarme así.

Y si no te escribo es porque no quiero, ya no me preguntes. Yo quiero, pero no puedo. Sos lo más posponible de mi agenda, con toda la horribilidad sonora de esa palabra. Porque no estás, porque sos una sombra de lo que fuimos que se quedó en la distancia. No tiene sentido la inmediatez del correo cuando los kilómetros se miden en miles. Me gustás, me gustaste desde que te vi mirarme y me miré mirándote y me encontré escapándome, para después volver a buscarte y encontrarte, al fin, esperándome.

Fue fácil emborracharte (emborracharme) con te de bergamota para después no tener que hacernos cargo de nada. Porque vos no tenías por qué, ni querías... y yo tenía todas las ganas. Desde entonces me tratás así. Esos modos tan políticamente correctos que encubrieron tu agresiva invasión incisiva. Yo me dejé colonizar muy fácil, para qué negarlo. Me convenciste de que te necesitaba en cada línea de tus alabanzas. Y las lecciones de geografía, entre tu inglés asuecado que iba entendiéndose con mi francés españolizado... y las lecturas, los colores, la poesía de las imágenes oscuras que pegaste en tu habitación. Fue buena mi decisión, no quise dejar marcas en tus paredes.

La consecución del deseo siempre se posterga. Vos nunca me dijiste que no, y lo sabés. Tampoco me dijiste que sí. Vos me dejaste hacerme a un lado cuando me aburrí, y te fuiste. Y entonces, la historia y la histeria se acabaron, porque vos y yo no fuimos más que un cruce contingente de caminos que nunca necesitaron encontrarse, aunque pasó. Todo lo que vino después, en mi opinión, está demás. No hay melodrama que valga. Basta de reclamos.

Si no te escribo es porque ni puedo, ni quiero, ni lo necesito. Te doy por informada.
Que tengas buenos días.

25 de mayo de 2010

Todo lo demás son presunciones



Vos sabés lo que me pasa cada vez que te veo? Bueno, no me pasa mucho, en realidad, porque cada vez que anticipo que te voy a cruzar, hago un ejercicio de pacificación interna que me da mucha calma y eventual equilibrio.

Antes y después estallo, pero mientras tanto estoy entera y juraría que vos ni te enterás. Sobre todo porque cuando estoy ahí, hasta yo me olvido. Mi cuerpo por ahí se acuerda, pero hasta que reaccione... podrían pasar mil años.

Creo que vos y yo no deberíamos vernos más a solas. Creo que vos y yo vamos a agotar muy pronto los temas de los que hablar (y entonces...?). Creo de vos y de mí que podríamos construir una amistad tan bonita... si tuviéramos ganas, creo que corremos ese riesgo. Creo que ni a vos ni a mí nos interesa demasiado. Creo firmemente que me estás buscando, que quizás no me deje encontrar, no aún. Creo que mientras mis ganas se crean dispersas, en diferido van a quedar.

Me presumo culpable de antemano. Ya no puedo decir que no haga nada porque lo siento en la pasividad de mis días, aunque suene contradictorio. Me gusta saberme en un presente de inocencia y sostener el juego de la complicidad de a dos. Esa complicidad que no significa nada, que a nadie incomoda demasiado porque nadie quiere, ni puede, hacerse cargo de ella. 

Antes y después estallo, pero el mientras tanto dura más de lo que se podría pensar. Y aquí estoy, y aquí presumo que estás. Yo no quería, pero desde afuera me convencieron de lo que en este instante parece evidente... 

22 de mayo de 2010

Por gente como vos, mi mundo está como está


Me acuerdo del golpe del baúl cuando lo cerré con furia después de haber guardado la guitarra. Me acuerdo de mi furia y mi mal humor. Me acuerdo de que esa noche fue la primera vez que renuncié a algo en lo que había creído con convicción. Tenía 16 años y estaba en la puerta del colegio.

Sé que vos no me estabas esperando. Me lo han dicho tantas veces desde entonces y hasta ahora que es casi un cliché en mi vida el meterme en la de los demás cuando nadie me llama, pasa que me dan paso. Igual, vos me miraste y yo te miré (o yo te miré y vos me miraste, el orden ya da igual). Nos miramos y nos seguimos en un revés de las cabezas que duró poco pero fue suficiente. Volví a mi furia, que ahora alternaba con momentos de pequeño gozo buscando tu mirada cómplice en la distancia. La situación me divertía, y ya me había olvidado de que estaba esperando a alguien que no llegaba.
Fue cuestión de 15 minutos, te acercaste me preguntaste por mi remera, te respondí, te prometí algo, cambiamos emails, nos despedimos. Después, más tarde, te vi de la mano de ella y a mí me vi de la mano de él y entonces las cosas recobraron su orden natural. Yo presenté la renuncia y me volví temprano a casa. Estaba harta, pero contenta: el oasis de las sonrisas que me ayudaste a conseguir. 
Tres días después tocaste el timbre de mi casa, dos más tarde, ella y él volvieron a saber de la soledad, y en el séptimo día el cielo y la tierra se unieron en una noche infernalmente larga, entre tránsitos pedestres y charlas sobre música, ideas y revoluciones, con los primeros acordes metálicos de fondo que yo empezaba a reconocer. La terminamos juntos. En realidad, fue nuestro comienzo. 

Nunca supe cuándo terminé de estar con vos. Porque es cierto que un día, tiempo tiempo tiempo después, me fui, que el final estaba anunciado casi desde el momento de la unión (otro de mis clichés), pero no era un final elegido ni provocado por nosotros. Y la seguimos, y nos dejamos, y nos reencontramos -porque volví-, y nos volvimos a dejar, y empecé otras aventuras y las dejé, y te reencontré... y en algún punto la primera persona plural se volvió singular. La precisión del momento es lo de menos, pasaron años sin que pudiera desprenderme de la idea platónica que inventé de nosotros. Efecto de los recuerdos que, por mucha conciencia que haya de que engañan y distorsionan, no pierden su poder. 

Hace unas semanas un café azaroso nos encontró de frente, y los temas fueron los de siempre. Todavía queremos salvar el mundo, y el mundo se nos hace cada vez más grande e inabarcable, aunque por momentos parece pequeño y sujetable. Maldito mundo en contradicción que no entiende que nuestra conquista será por su bien. Nos prometimos más cafés, te prometí un libro (todavía lo tengo separado), me prometiste algo más que ya no recuerdo. Seis años después de un probable fin a la primera vuelta, te sentí bien, te sentí completo en tu incompletitud, y te vi con ganas de estar como estás. Vale mi confesión, es la primera vez que te veo y no me invade la inquietud del "qué hubiera pasado si...". Me sentí bien a mí con vos así. No voy a terminar en la cursilería de decir que el encuentro fue un cierre de lo viejo y que ojalá que sea el comienzo de una nueva forma de relacionarnos... pero sabé que lo pensé. 

No se me ocurre final mejor: Es por gente como vos que el mundo está como está: un poco menos peor de lo que podría ser; con espacios alternativos que hacen pequeñas revoluciones todos los días en las cabezas y en las esquinas, en las plazas y los escenarios, en la facultad y entre los amigos; donde el egoísmo y la egolatría pasan a un segundo plano en pos de la empatía del aprender a compartir, aunque reconozcamos que a veces mueve el narcisismo de creer que se hace el bien. Salud por eso, por nosotros, y que nunca falte la alegría. 

17 de mayo de 2010

Sal solcito



Tiempo de calma, el invierno. Tiempo usual de soledad para mí, momento para poner el cuerpo a tono con la última tendencia en defensas y protecciones: los abrigos, las bufandas, los guantes, los pasamontañas, los gorros y las orejeras. Este año, todo parece preparado para ser diferente.

El sol se hace corto, cuando aparece. Yo me (le) río y me invento rutinas nuevas en calendarios a medio usar. Dejé la agenda en el cajón, no aprendimos a convivir. Compré un cuaderno de hojas lisas, pequeñito, sin cajas, ni renglones, ni marcas para las fechas o los números, liso hasta la náusea. Las páginas se escriben sin un orden claro. No, las páginas las escribo yo (aunque a veces me olvido), y pasan y pasan.

Reviví muchos músculos: las carcajadas no me abandonan, y eso que los pronósticos no son auspiciosos en varios flancos. Vamos, que no me quede con las ganas.

Las ganas. Mis ganas me van a traer problemas, lo presiento en ciertos indicios que por momentos afloran y se escapan entre miradas perdidas y una complicidad que se oculta en la comisura de unos labios que me gusta mirar, sobretodo cuando me sonríen. Las palabras se mezclan con la chispa de unos ojos pícaros que miro cuando me ven, y otras veces también. Y así, no se la pasa tan mal entre los días fríos. Las ganas, las mías, me dan calor cuando me dirigen, y este año no se miden.

Llega el invierno y me mueve la primavera. Bienvenidas las mariposas.

10 de mayo de 2010

Se disfruta

Mi vida a veces puede ser una gran carcajada. Y es mejor así, sin imágenes ni mil palabras. 

4 de mayo de 2010

Los sentidos, mis sentidos

Lo siento. Lo siento tanto. Y es algo corporal que me atraviesa viceralmente.
Naturalmente, tiendo a decirme dueña de seis sentidos, y el sexto está ahí, es ese transversal que surge de la combinación de uno y otro sentido, de todos, de algunos y se me mete como línea oblicua que serpentea dentro llenándome de chuchos y escalofríos.

Primero, pensé y sentí que mi mirada era lo fundamental. Yo era en mi mirada: era mi arma, mi comunicación, mi espacio de recreación, mi puente hacia los otros, mi manera de ruborizarme, de marcar enojos y rencor, mis indiferencias, mi extensión, mi caña de pescar, mi negación, y por eso, ante todo, yo era en mi mirada estando sin estar. Porque mi cuerpo no se metía, jamás... hasta que el territorio no fuera digno de ser creído tierra firme, un lugar seguro.

Inevitablemente, tuve que matarme. Un sentido figurado, claro, como cuando se habla de matar al padre. Mi aniquilamiento fue la supresión de mi visión, el ejercicio consistió en prescindir de ella, de sus modulaciones, y hacerme ser y estar, así, todo en conjunto, de otros modos. Me vi en apuros, tuve que aprender a hablar y a descubrirme en mi diversidad. Entendí que me gustan los sabores de la gente, pero para eso, antes, fue necesario empezar a probarlos, entonces noté mi falta de olfato y mi incapacidad para anticipar ciertos sabores que quizás no me hayan sido tan gratos. Empecé a escuchar más, aunque eso siempre me había gustado, el cambio fue el implicarme en la escucha, acercarme para estar.

Luego fue el tacto. Y ese fue el punto de inflexión, el lugar del no retorno. Me gusta tanto tocar, y es algo tan pero tan ajeno a mi naturaleza, tan aprendido pero tan sentido desde el fondo de mí. Así que ahora toco, y mucho, pero no a cualquiera. No hay modo de tocar sin estar (estar en riesgo permanente, desde mi sociopatía). Me gustan las asperezas, las suavidades, sentir una después de otra en la misma piel, palpar costras y cicatrices, sentir los cabos de una cabeza recién rasurada. Me gusta tocar las comisuras de los labios, mirando a los ojos bien de cerca, bien desde adentro... pero eso he preferido guardarlo para unos pocos selectos. Me gustan las sonrisas en las caras de mis tocados.

Creo que ese es mi sexto sentido, el más explosivo de todos. El que sale de la combinación de mi tacto y mi mirada, pero que solo se descubre a sí mismo en el momento preciso en que yo me descubro a mi misma develada. Todavía no he avanzado tanto, es en ese espacio, que dura milésimas de segundos, que vuelvo a retrotraerme al tiempo viejo del caracol y marco distancia, y de pronto ya no estoy.
 
 
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